Mi padre era un roble que parecía indestructible. De carácter fuerte, implacable con su famosa (y odiosa) frase de "En mi casa la ley soy yo". Como buen alemán desestimaba el tiempo libre y cuando le tocaba tenerlo, se las arreglaba para trabajar alguna cosa en su banco de carpintero que usaba como hobby, así sea una repisa para nuestros libros, un banco para la cocina, un cañón que disparase con un elástico de goma, para mi hermano.
Aunque me consta que amó a sus tres hijos por igual, yo era la regalona, me había ganado esa afinidad a pura conexión especial, era la hija artista, la que traía mejores notas en la escuela, la menos traviesa.
De la misma manera que vivía según sus cánones, no era nada afecto a vernos pavear. Siempre teníamos que estar haciendo algo. Ya sea limpiando, estudiando, arreglando, lo que fuera. Nada de perder el rato leyendo historietas o cosas por el estilo, eso era tiempo improductivo, a su entender.
Por eso, yo aprovechaba sus siestas para tirarme panza arriba en el jardín de mi casa, al sol, con una buena pila de revistas, para devorarlas con el placer de lo no permitido. Ni bien escuchaba que se estaba levantando, escondía las revistas antes de que me dijera: ¿No estás haciendo nada?
Ya adulta, ya casada, ya con hijos adolescentes, mi padre cayó como se cae un roble: de un hachazo. Un aneurisma en los riñones se lo llevó para siempre luego de dos días de terribles dolores.
Con mis dos hermanos fui a su casa para ver qué hacer con ella y con sus cosas, todas las decisiones las tomamos entre los tres, tranquilos y tristes, aún impactados por el inesperado fallecimiento. Revisando su biblioteca rigurosamente ordenada, como su casa toda, hallé una pila de revistas de historietas mías, las mismas que mi padre detestaba, ataditas con un piolín.
Mi hermana mayor no dio crédito a lo que veía, ya que mi padre no guardaba cosas inútiles, tiraba todo lo que le estorbara, era muy espartano. Mientras yo miraba, muda, ese paquete de historietas, ella musitó: "Cómo se nota que papá tenía debilidad con vos".
Nunca se termina de conocer a la gente del todo, ni siquiera a nuestros propios padres.
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Mi padre era un roble que parecía indestructible. De carácter fuerte, implacable con su famosa (y odiosa) frase de "En mi casa la ley soy yo". Como buen alemán desestimaba el tiempo libre y cuando le tocaba tenerlo, se las arreglaba para trabajar alguna cosa en su banco de carpintero que usaba como hobby, así sea una repisa para nuestros libros, un banco para la cocina, un cañón que disparase con un elástico de goma, para mi hermano.
Aunque me consta que amó a sus tres hijos por igual, yo era la regalona, me había ganado esa afinidad a pura conexión especial, era la hija artista, la que traía mejores notas en la escuela, la menos traviesa.
De la misma manera que vivía según sus cánones, no era nada afecto a vernos pavear. Siempre teníamos que estar haciendo algo. Ya sea limpiando, estudiando, arreglando, lo que fuera. Nada de perder el rato leyendo historietas o cosas por el estilo, eso era tiempo improductivo, a su entender.
Por eso, yo aprovechaba sus siestas para tirarme panza arriba en el jardín de mi casa, al sol, con una buena pila de revistas, para devorarlas con el placer de lo no permitido. Ni bien escuchaba que se estaba levantando, escondía las revistas antes de que me dijera: ¿No estás haciendo nada?
Ya adulta, ya casada, ya con hijos adolescentes, mi padre cayó como se cae un roble: de un hachazo. Un aneurisma en los riñones se lo llevó para siempre luego de dos días de terribles dolores.
Con mis dos hermanos fui a su casa para ver qué hacer con ella y con sus cosas, todas las decisiones las tomamos entre los tres, tranquilos y tristes, aún impactados por el inesperado fallecimiento. Revisando su biblioteca rigurosamente ordenada, como su casa toda, hallé una pila de revistas de historietas mías, las mismas que mi padre detestaba, ataditas con un piolín.
Mi hermana mayor no dio crédito a lo que veía, ya que mi padre no guardaba cosas inútiles, tiraba todo lo que le estorbara, era muy espartano. Mientras yo miraba, muda, ese paquete de historietas, ella musitó: "Cómo se nota que papá tenía debilidad con vos".
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