Hay un cuento en mi familia sobre mi bisabuelo materno que era el último herrero en la ciudad de Rochester New York porque el señor Green tuvo el contrato con la policía municipal para calzarles a los caballos de la fuerza montada.
Cuando llegó la Gran Depresión dice la historia que después de cerrar la herrería el día de viernes visitaba la carnicería de al lado y compró un trozón enorme de carne de res. Luego, se lo echo’ al hombro y camino’ de pie por el barrio donde vivía repartiendo trozos de carne con la gente pobre y sin empleo para que pudieran tener una comida buena entre familia el día de domingo.
Admiro muchísimo a este carnicero yucateco que comparte el mismo espíritu de mi antepasado.
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